Para algunos psicólogos, los celos son una empresa
patológica, una reacción incorrecta ante situaciones que podrían ser meras
construcciones imaginarias. Pero, reconozco que cada vez que pretendo detener
el impulso enajenado de observarla, es ahí cuando la locura se desata. Todavía
y a pesar de eso, no me considero un verdadero celoso.
El celoso profesional dedica su
vida entera a rastrear al personaje causante del desasosiego. Un hombre dolido
común sólo regresa esporádicamente a los lugares que ella frecuentaba con la
esperanza oculta de volverla a ver. Peor aún, el hombre dolido común fantasea
con encontrar a su mujer (o ex mujer) en una situación comprometedora. Involuntariamente (el celoso y el dolido, en
común), desean terminar de canalizar toda su frustración en un torbellino de
cólera con un pretexto que pudiera hasta justificar un homicidio.
Un celoso profesional se escabulle
discretamente y hace a los otros preguntas abiertas con respuestas que puedan
contener información necesaria para seguir enlazando eslabones. No acepta a la primera aquello que contradiga
a su teoría paranoica, y, además, da por hecho cualquier indicio que la afirme.
El celoso forzosamente es creativo, un talento nato para imaginar y asociar
hechos. El potencial necesario para construir y desarrollar un cuadro de celos
es similar al necesario para controlar una operación espacial. En cambio, el
hombre dolido espera, sólo espera. Lo único que tiene a su favor es el
autocontrol, pero hasta eso es contraproducente. Mis propios terapeutas han
dicho que mi virtud resulta mi defecto. Puedo esperar por siempre.
Los celos del otro son, además,
un fruto irresistible. Más aún cuando el que pretende encelar lleva un dolor
profundo, un dolor inexplicable, que no ha resuelto ni resolverá hasta devolver
el daño.
Una fiesta en casa. La música tiene el volumen necesario
para llevar al trance eufórico, la energía de todos se desdobla, el sonido de
las carcajadas provoca en la mayoría una sonrisa. Menos en ella. Ensimismada,
busca atención a toda costa. Mi atención. Ser odiado por alguna razón es
doloroso, pero mucho peor es ser ignorado, estar presente sin estar. Es una
forma anticipada de estar muerto. Hace más de diez meses que terminamos nuestra
relación: un cuento entrañable con un final delusorio. Ahora bebe de prisa demandando atención, ideando
la manera perfecta de causar dolor. Según Lacan toda demanda es, en última instancia,
una demanda de amor. Su demanda de atención es en sí misma una demanda de amor,
un alarido iracundo que busca eso que no puede encontrar en ningún lado. Yo
sólo puedo verla desde lejos alejarse más y más. Mientras, trato de buscar en mi lo
que quede de amor propio.
El neurótico es alguien que no
logra conectarse con su deseo, alguien que no sabe lo que quiere. Me identifico
más con el neurótico.
Cuando vuelva a casa lo verá, seguro lo verá.
Por lo menos permanecemos ahí. En un gesto de enredo, como queriendo abarcar toda la extensión de nuestro ser. Estamos ahí, inmóviles, estáticos. En esa foto que nunca me gustó pero que a ella le parecía nuestro mejor retrato. Encerrados en una cuadrícula de madera y detrás de un cristal transparente.
Nada nos separará.
Por lo menos permanecemos ahí. En un gesto de enredo, como queriendo abarcar toda la extensión de nuestro ser. Estamos ahí, inmóviles, estáticos. En esa foto que nunca me gustó pero que a ella le parecía nuestro mejor retrato. Encerrados en una cuadrícula de madera y detrás de un cristal transparente.
Nada nos separará.