Nunca creí en los calendarios, no creo en la influencia de los ciclos cósmicos y la astrología me parece una pérdida de tiempo. Tampoco creo en los amuletos. Me cuesta creer que sea posible predecir el futuro pero a veces me atrevo a vaticinar amaneceres hermosos.
Tengo una fantasía fincada en cimientos inciertos, pero, ¿no es acaso esa la materia prima de los sueños?
La mayoría de las decisiones que tomamos nacen de impulsos, de pasiones, de una cierta atracción mágica (y visceral) que se puede llamar intuición.
La única manera de saber si la decisión fue correcta es tomándola y seguir adelante. No hemos vivido más que una vida y no hemos tenido más que esa oportunidad. Es posible recuperarnos de perderlo todo en una apuesta grande, pero nunca nos podremos reponer de la muerte.
¿Por qué entregarlo todo? El primer motivo es quizás un impulso diabólico comparable con la gravedad: el vértigo de la caída y la caída misma son paradójicamente bien recibidos. Dejarnos caer es parte de nosotros, así nos enamoramos (apropiándonos de la forma Fall in Love de los angloparlantes). El segundo motivo es el deseo de ganar la recompensa grande a como dé lugar. Hay un tercer motivo y tal vez el más importante: Los que entregamos todo sentimos que poseemos capacidades extraordinarias, nos sentimos elegidos para encabezar algún movimiento, algún gran cambio... por lo menos interior. Sabemos por dentro (por lo menos) que la historia que contaremos o que contarán sobre nosotros será una de aventuras.
Nosotros los que no tememos perderlo todo llevamos una lucha constante para la abolición de la rutina y en pro de las sorpresas y las nuevas experiencias. Somos los que defendemos las acciones mundanas porque de ellas está construida la memoria, porque son precisamente ellas las que le dan sentido a nuestra vida.
Somos seres solitarios por naturaleza, por necesidad. Estamos confinados a formar nuestro universo a partir de nosotros mismos como los números primos y sólo los de nuestro tipo nos complementan. Más que un estado -esperado o inesperado-, la soledad está en la médula de lo que somos. Nacemos, morimos y... tal vez amamos en soledad.
Poseemos una sensibilidad para apreciar la belleza casi en cualquier lado y los argumentos pierden importancia, la descripción a veces sobra, aunque buscamos al arte para enfrentar el sufrimiento de existir mediante el ejercicio del esclarecimiento.
Todavía cerramos los ojos para escuchar música y es en ese vacío infinito que tenemos un contacto con la muerte cada día.
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