Accidentalmente, como todos los demás, crecí en una
generación donde la palabra "revolución" se había usado tanto que
careció de sentido. En el país del PRI, el país donde fue (y sigue siendo)
posible hacerse millonario en nombre de la revolución, no hay palabra más
prostituida que revolucionario. Lo curioso es que siga usándose y no sólo por
los partidos.
La
palabra tiene su origen en el verbo latín revolvere, ‘volver a girar’, cuyo
participio pasivo es revolutum, palabra de la cual se derivió, en el latín
tardío el substantivo revolutio. En otras palabras; se origina del verbo
volvere ("volver") y con el prefijo re, "volver de nuevo".
La
mayoría de nosotros hemos tomado ejemplos de las imágenes románticas de
revoluciones pasadas, hemos sido conmovidos por narraciones de los movimientos
contraculturales de finales de los 60´s y hemos decidido que sería paradójico
que imposiciones antidemocráticas sucedan en la era de las caricaturas
políticas sin censura, de las chichis en la tele sin censura, y de de los
pendejos y chingados sin censura.
No es coincidencia que una gran parte de la población dirija
sus ojos a esta incipiente revolución por que solemos dirigir nuestra atención
a todo aquello que es susceptible a la transformación. Su atractivo, además,
encandila a varias generaciones. ¿Cómo no soñar con reformar el sentido de la
historia, y desatar la equidad que distribuya entre todos, además de justicia
salarial, estímulos del arte y la cultura?
Vivimos
una era dicotómica: Por una parte, todos son peñistas o pejistas -y por
consecuencia, unos u otros tienen una venda en los ojos que no les deja ver la
verdad (cada quien tiene la suya)- Aunque todos percibamos el olor a
injusticia.
Por otra parte, por el justificable amor a nuestra
historia... Villa y Zapata siguen vivos en el alma de todas las consignas.
Viajamos a ese pasado de ficción que nos enseñó el cine: de él aprendimos la
euforia y el amor al riesgo. Vivimos pues, una filia a la memoria con bríos de
transformación hacia el futuro. Claro,
¿Qué lugar es más seguro que el inamovible pasado?
Entre carteles y gritos, otra palabra se vuelve protagonista:
Utopía. Es innegable que marchando en multitud, saltando, repartiendo flores,
recibiendo aplausos; la utopía cobra vida. Éstas utopías surgen cuando el
presente se vuelve insoportable y despunta en el horizonte humano la
posibilidad de cambio. Si la dichosa palabra tiene tanto peso en nuestro
movimiento, vale la pena conocer su raíz:
Viene de ouk-topos: ningún lugar. Con ello se quiere indicar un «lugar
que no existe en ningún lugar»; apunta hacia un carácter fantástico, ideal,
irreal, de presencia ausente, de algo que no tiene lugar en el mundo. Entonces,
¿Nuestra lucha tiene un carácter fantástico? Sin duda (con ello no quiero decir
que sea una causa perdida).
Puedo afirmar que la
lucha se mantiene en pie porque muchos hemos encontrado una salida a nuestro
tedio... muchos hemos encontrado sentido.
¿No son acaso la expansión de la industria del ocio y el
consumo de drogas, por ejemplo, claros indicios de la propagación del tedio?
Nuestro tedio no está ligado a necesidades reales, sino al
deseo. Y no un deseo cualquiera, sino al deseo de experiencias. La experiencia se vuelve, entonces, lo único
-interesante-. Hoy en día solemos atribuir más importancia al hecho de que algo
sea -interesante- que al hecho de que tenga algún -valor-.
El
problema es que la tecnología moderna nos convierte en espectadores y
consumidores cada vez más pasivos y en participantes cada vez menos activos. Lo
que nos acarrea un déficit de sentido.
Ésta causa se volvió una oportunidad para despertar del
letargo y volvernos activos, una oportunidad para olvidar la gravísima
contradicción de ser millones y cada vez estar más solos, una oportunidad
invaluable para sentirnos vivos.
No
descalifico, por supuesto, las causas por las que el movimiento nació y ese
otro tedio producto del hartazgo hacia la falsedad y la injusticia, pero creo
que esta lucha no tendrá una fecha de caducidad próxima por que nos ha regalado
sentido y nos une en un sueño que soñamos con los ojos abiertos : La
revolución.
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