No quiero hacerle perder el tiempo, así que seré lo más extenso que pueda.
Llevo años (literalmente) tratando de escribir una novela cuyo problema más grande es conocerla. Cometí el error de saber el principio y el final de ésta y todo lo que escribo en medio me hace sentir insatisfecho. Conozco al personaje, por que en realidad el personaje era yo a los dieciséis, una edad en la que pensaba saber quién iba a ser los próximos 64 años. Según Houellebecq, la adolescencia no es sólo un periodo importante en la vida, sino que es el único periodo donde se puede hablar de un sentido entero del mundo. Es decir, la adolescencia es, en cierta forma, una secuencia filmada a través de la óptica de un gran angular, pero con una profundidad de campo limitada.
Yo me pensé capaz de escoger el rumbo correcto que llevaría mi vida y si volteo hacia atrás, recordaré por siempre (con nostalgia) mi insolencia. Mientras crecí, las motivaciones, alguna vez incontables, fueron languideciendo entretanto los miedos de no lograrlo se sentaban a tomar el café. Sigo deseando escribir un libro, terminar una película y sigo deseando muchas otras cosas que se sienten como pasiones de adolescente.
Cuando era niño tenía sueños grandilocuentes que no se alejaban mucho de querer conquistar el mundo. Busqué la fama tal vez después de un día de muertos, cuando vi un altar para Pedro Infante, a quien se le recordaba como un familiar cercano.
Con la muerte caricaturizada, entendí (de manera superficial) la caducidad de las capacidades que tenemos de ser eternos; -más tarde, tuve la oportunidad de verle la cara y, no está de más decirlo, temer por mi vida-.
Luego conocí a Pinky y Cerebro, roedores que creen todo menos que sus planes son ridículos. Ahora entiendo que todo plan debe, a toda costa, ser por lo menos un poco ridículo para ser realizable.
Tal vez mi primer gran sueño fue ser una estrella de rock, tenía once años y seguía con asiduidad MTV.
Mi primera “experiencia estética” la tuve cuando apareció “Tonight, Tonight” de Smashing Pumpkins en un conteo regresivo que abarcaba la mejor música hacia el milenio que acababa.
Mi primera “experiencia estética” la tuve cuando apareció “Tonight, Tonight” de Smashing Pumpkins en un conteo regresivo que abarcaba la mejor música hacia el milenio que acababa.
Muchos eran los que pensaban que el mundo se iba a terminar junto con el siglo XX, habíamos evolucionado tanto como especie que lo único que merecíamos era la extinción.
Yo apenas tenía una novia y descubría el placer de acercarme e intercambiar saliva y partículas de pollo. Nuestras caras siempre terminarían mojadas y, después del embarazoso proceso de secarme la nariz y la boca, derivábamos la energía a compartirnos aquello que hoy llamaríamos nuestros sueños.
A esa edad tuve una suerte de resumen de lo que sería la vida.
En el verano, fui invitado a la playa acompañando a unos amigos de la familia, extraños que después se volverían familiares. Nos subimos siete en un acogedor Volkswagen de mediados de los noventa que se volcó y cayó por un barranco.
El accidente fue tan grave que les quitó la vida a los dos tripulantes que iban en los asientos delanteros, Don Guillermo (quien sería mi padrino unos meses después) y su hija, las primeras personas en mi vida en volverse a una especie de eternidad (de ahí que la eternidad es posible).
Lo primero que recuerdo y tal vez lo más impactante es la sensación con la que desperté del estado de shock traumático. Comprender los mecanismos de adaptación de nuestro cuerpo es entender la naturaleza de nuestros cambios emocionales.
Abrí los ojos en una oscuridad confusa, sin entender ni la más mínima cosa de lo que pudiera estar pasando alrededor. Sentí una excitación inusual, tuve la sensación, por un momento, de que acababa de despertar de un bonito sueño y había cambiado a otro; hablaba pero no articulaba palabras, y todo estaba envuelto en un velo de misterio: Había una tragedia frente a mí que no podía comprender. El tiempo cobró un nuevo sentido, la lentitud inusitada me hacía confiar que todo era simplemente un sueño y que volvería a la escuela en cuanto despertase.
Pasó una eternidad.
Poco a poco enumeraba detalles que daban sentido a la escena. La oscuridad inicial se había aclarado gracias a que mi visión se fue acostumbrando a la penumbra. Después de la impresión de onirismo, noté que estaba en un auto, recordé el auto; advertí que estaba destruido, encontré vidrios rotos en fracciones inofensivas sobre mí; polvo, sangre. La sangre fue el último elemento en formar el campo semántico.
Entendí que no se trataba de un sueño cuando a todos estos elementos les sobrevino la conciencia de las heridas y el brillo color escarlata que goteaba de mi nariz.
El dolor funciona como el mejor recordatorio de vida.
Ella trataba de mantenerme despierto contándome cuentos que a todas luces estaba improvisando. Yo estaba deshidratado y había perdido mucha sangre; si me dormía estaría en peligro. Esos cuentos fueron para mantenerme vivo.
Para aquellos que no han temido la muerte en algún momento, la vida no podrá revelárseles como un regalo. Es muy simple y probablemente será injusto, pero una visión prematura de la muerte puede ser la única dosis que necesiten para abrir las puertas de su conciencia. Un niño de esa edad no necesita nada más que sus padres, sus amigos, sus juegos, sus películas y las tardes oceánicas en las que cabían infinidad de experiencias contradictorias, la percepción del tiempo de un decenario es la de un despilfarrador, la de un gato con nueve vidas que permite el regocijo con la banalidad.
Hoy, las tardes avanzan con prisa de hacerse noches y no puedo más que mortificarme por el tiempo que se “desperdicia”.
Un día mi padre me regaló un reloj y junto al regalo incluyó una amenaza, un recordatorio; otro regalo más grande: No pierdas el tiempo.Reforzando el mensaje después llegaron profesores, cantineros, taxistas, los padres de mis amigos, libros, la angustia de no concluir algo, el deseo de que ciertos momentos duraran una eternidad y la consulta repentina de la hora en mi muñeca.
No podía permitirme perder el tiempo cuando tantos eran los arrepentidos por haberlo hecho.

QUIERO APRENDER COMO TODOS A HACER TIEMPO by César Reynaga is licensed under a Creative Commons Reconocimiento 3.0 Unported License.
Hola, que experiencia la tuya, no se a que llamas tu o los demás perder el tiempo. No sé si, son imposiciones de la cultura, que te señala gente con dos o tres celulares encima, una agenda llena de actividades, conyuges e hijos, y más. NO es perder el tiempo, el perder de conocerse a sí mismo? el de compartir hasta a veces, un silencio.
ResponderEliminarSé que vivimos mal, basta con ver las sociedades, y la humanidad toda. Bueno ya escribí mucho!
Perdón por las faltas y los acentos que se escaparon, gracias a la falta de tiempo.
Cariños!
Hola Perla, gracias por leer y comentar.
ResponderEliminarTengo que admitir que tampoco sé a qué se refieren todos con perder el tiempo (y por eso escribo esto).
Comparto absolutamente tu idea de que no detenerse a contemplar el mundo y conocerse es trágico (y por eso escribo esto: es un ejercicio de exorcismo).
:)
Gracias de nuevo.
PD. Tu escritura está muy bien con todo y que el tiempo es nuestro antagonista.
Un abrazo fuerte hasta Argentina.
Hola César, un gusto. Lo que más me conmueve de tu texto es que siendo una tragedia ( la existencia misma y el accidente vivido en particular)no está escrito en tono trágico. Me llega como una constatación ante la cual sólo queda hacerse cargo. Siempre adolecemos, aún pasada y muy pasada la adolescencia. Sade decía que era bueno amistarse con la muerte y hacerse una idea libertina de ella es un buen camino. Si una experiencia física tan cercana a ella te dejó ensañanzas, bienvenida sea. Para todos y todas, siento, deseable sería aprender de todas esas muertes que acontecen en la propia existencia a lo largo de los años.
ResponderEliminarUn saludo fraterno desde el confín austral!
Gracias Eva. Es un placer leerte.
ResponderEliminarTe comparto una historia...
Cuando era niño, leí un cuento sobre una fábrica de colores. La moraleja era simple: necesitamos tanto al blanco como al negro para entender lo que es cada uno (y empezar, tal vez a entender lo que es la vida).
¿Alguna vez hiciste esos dibujos de unir puntos? Cuando por fin entendí la importancia del negro (lo que podría simplificarse como la muerte) para comprender el blanco fue como descubrir la figura escondida. Todos los puntos tenían un sentido y formaban un todo.
Me esfuerzo por mantener la sencillez para ver el mundo de aquel niño que fui.
Gracias por leer y te mando un abrazo fuerte de vuelta!